sábado, 6 de octubre de 2012

¿Por qué somos pobres?

 
¿Por qué los colombianos somos pobres?

Carlos Gustavo Álvarez
01/02/2012
cgalvarezg@gmail.com
@cgalvarezg

Dentro del torrente de videos ingeniosos y sorprendentes que circula por Internet, hay uno titulado “¿Por qué los colombianos somos pobres?”. Fue subido el 6 de octubre de 2011 y es una presentación que hace parte del programa La Línea, del canal Televida de Medellín, que recibió en 2011 el Premio Internacional de Periodismo Rey de España. En los créditos figura como Director el Padre Mario Franco Espinel, y entre sus realizadores están Natalia Agudelo y Waldir Ochoa. En dos días lo vieron cerca de 20.000 personas, y seguramente, cuando usted lea este texto, habrá sobrepasado las 800.000 reproducciones.
¿Por qué los colombianos somos pobres? El planteamiento de los realizadores está basado en tres niños nacidos en Japón, Suiza y Colombia. Los dos primeros países son perfectamente, en cuanto a su área territorial,  una división departamental del nuestro. Están plagados de adversidades geográficas y castigados por las carencias, que en el caso de Japón, tienen como agravante una concentración demográfica elefantiásica. Nada que ver con la plétora de riquezas y bendiciones naturales y vitales que Colombia disfruta de una forma desmesurada.
Japón y Suiza, y sus pequeños niños del cuento, están lejos, muy lejos de nuestro país y del muchachito colombiano. Expertos, pero a la vez ciudadanos comunes y corrientes, como Pedro Juan González, Francisco Ramelli y el ingeniero japonés Hiroshi Kaneko, tratan de explicar la razón de esta sinrazón, el sentido de este contrasentido.
Y brotan muchos argumentos, tal vez señalados en diversas ocasiones, conocidos por todos. Tenemos mentalidad de pobres. Vivimos el presente. Somos brillantes individuos y desastrosos colectivos. Nos falta confianza. Y el narcotráfico afianzó una herencia nefasta de gusto por la riqueza rápida, inmediata, ostentosa. Nos anclamos en el presente.
¿Por qué traer a cuento esta interesante propuesta de reflexión sobre nosotros los colombianos, sobre nuestra idiosincrasia? Por un motivo: este país ha comenzado a enfrentarse a una bonanza, que para muchos es el traje hechicero de la enfermedad holandesa. Nos va a llegar la riqueza minera y petrolera, la avalancha de las inversiones extranjeras, de los capitales que están huyendo, por ejemplo, de la Europa flagelada. Somos Tierra de Promisión. ¿Qué tan preparados estamos para convertirla en progreso, en desarrollo colecCarlos Gustavo Álvarez
¿Por qué los colombianos somos pobres?
 
Te invitamos a ver el video y darnos tu opinión con respecto a este tema. Tu participación es valiosa para nosostros.
 
 
Dirección:  Mario Franco Espinel
(Colombia, 2011)










martes, 17 de julio de 2012

Julio Cortázar o Las trampas de la revolución


por: Andrés Téllez Parra


“¿Hablar de Rayuela? No podría, ahora. Todo me parece distinto, distante, absurdo”.1


Es 1975. Doce años después de la publicación de la novela que lo colocaría no sólo como uno de los puntales de la llamada literatura del “boom” latinoamericano, sino como una imagen, un icono más de la Revolución Cubana. Aquel escritor a quien un despistado Carlos Fuentes pidiera, cuando fue a visitarlo a su casa en París, que lo presentara con su papá, ya no existe. Y, a pesar de que cuenta más de 60 años, tiene muy pocas canas y su rostro aún conserva rasgos infantiles. Ya es un escritor que ha atravesado el cenit de la escritura: se encuentra en pleno ocaso. Su última novela, Libro de Manuel, desdibujada, esquemática, trunca, lo ha hecho acreedor a un premio, reconocimiento proveniente de su segunda patria, donde realmente surgió el escritor: el premio Médicis étranger de Francia. La suma recibida es simbólica: apenas 950 dólares, que gustosamente entrega a Rafael Gumucio, representante de la resistencia chilena contra la Junta Militar. Un gesto más para demostrar públicamente su compromiso con las causas de la Revolución.
      Escribe, aún escribe. Ha asumido como propio el epígrafe a “El perseguidor”: “Sé fiel hasta la muerte”. Y se aferra a su escritura. Lleva más de una década tratando de empatar su amor por la literatura y su compromiso con la Revolución. No lo ha logrado. Se encuentra nadando entre dos aguas. Afirma una y otra vez, como queriendo convencerse a sí mismo, que no pretende emular al Che Guevara:
     “No soy el Che, no te hablo de meterme en la guerrilla, sino de una operación análoga pero siempre quedándome (y éste es el problema) en la poesía, en la literatura, en las únicas cosas que sé hacer”.
    Al final termina sintiendo que no es suficiente, que la escritura no basta:
     “Escribir, sí, pero de manera que el afecto que sienten por míse traduzca en fuerza, en levadura, en revolución. Y cuando digo revolución quiero decir también la lucha armada, los ‘cuatro o cinco Vietnam’ que pedía el Che. [...] ¿El desenlace de todo esto? Nada urge y todo urge: ya se verá. Por el momento estoy despellejado, enfermo, sin reencontrar esa India donde fui tan feliz hace 12 años”.2
     Hay dos rasgos del escritor argentino en los que Ignacio Solares (Imagen de Julio Cortázar, FCE) hace un énfasis particular: su “oscuro sentimiento religioso” y el sentimiento de culpa que lo atravesaban. Estos dos rasgos cobraron una relevancia superlativa en la vida de Cortázar especialmente después de su encuentro con los cubanos, en 1963, momento a partir del que, de manera recurrente, comenzará a aparecer en su correspondencia un conflicto ético (y estético) entre lo que llama su “hedonismo” y su “deber”, y que con el paso del tiempo irá calando más hondo y afectará profunda e irrevocablemente su escritura. En realidad, la famosa frase de que para él Cuba había sido como un “camino de Damasco sin conflicto visible”, está lejos de ser cierta: su relación con Cuba terminará por conflictuarlo precisamente allí donde podrá verse con mayor facilidad: en su propia escritura. Y es en la misma carta a Thiercelin donde se plantea dos preguntas que ya no lo abandonarán: ¿cómo conciliar su compromiso con la revolución con su “negativa total a hacer una literatura ‘revolucionaria’ en el sentido en que lo entiende una parte de los cubanos? E incluso escribiendo con mi independencia de siempre, digamos movido por mi placer o mi ‘vocación’, ¿cómo dar el máximo de fuerza a una obra que hoy es esperada como una suerte de pentecostés?”. En el momento en que se plantea estos interrogantes, 1968, ya está lista 62/Modelo para armar, la novela más experimental y también la que tendría la más fría acogida entre críticos y lectores. En ella trataría de llevar su concepción sobre la novela hasta sus últimas consecuencias. Y aunque la escribe con total libertad, otras voces interiorizadas ya han empezado a acecharlo con sutiles reproches sobre la pertinencia y el papel de la literatura en la Revolución. Las mismas voces ante las que, una y otra vez, parece querer justificar su escritura.
     Así, Cortázar, el escritor, se enfrentará al Cortázar luchador de las causas sociales, icono de la Revolución, portavoz de las Buenas Nuevas, para intentar hacer una literatura de la cual no tuviera que sentirse culpable. Para ello tendrá que expiar de alguna manera su oscuro pasado pequeñoburgués, anglófilo, francófilo y clasista, ofreciendo a la Revolución, como prueba de su buena voluntad, el sacrificio último que un escritor puede hacer: el de la propia escritura. Dicho sacrificio no consistió únicamente en participar activamente en actividades políticas, como el famoso Tribunal Russel, o en escribir una considerable cantidad de textos sobre las condiciones inhumanas en que muchos países de Latinoamérica vivían; su sacrificio consistió en ceder, cada vez de manera más significativa, su lado de “esteta” o “hedonista” en favor de su “deber”. En la que habría de ser su última novela ya es demasiado evidente la manera en que lo ha afectado su incapacidad de conciliar una literatura “fantástica”, “erudita”, con una literatura “comprometida”. Pero no solamente por la elección de los temas, sino porque en Libro de Manuel, como el propio autor reconocería, lo literario ya había pasado a un lejano segundo nivel. Ante las duras críticas de Ángel Rama a este libro, Cortázar confesaría:
      “Los múltiples defectos del libro cuentan menos para mí que el propósito para el cual lo escribí, y creo que se está logrando. La primera edición de treinta mil ejemplares está agotada sin haber salido casi de Buenos Aires, y el libro se vende no sólo en librerías sino en los kioscos de diarios. Una de las cosas más conmovedoras para mí ha sido que los vendedores de esos kioscos me reconocían en la calle y me llamaban para hablar conmigo y anunciarme que todo el mundo compraba el libro. Es casi terrible sentir un poder semejante sobre un pueblo, una especie de fantasma bruscamente reencarnado y que la gente busca e interroga”.3
      Delirios mesiánicos o no, lo cierto es que con el paso de los años la imagen autoimpuesta de “Che Guevara del lenguaje” —no menos acentuada por ese cambio físico: la barba, la pipa, el cabello largo—, se irá afianzando definitivamente en Cortázar, y el sacrificio de su “amor por cosas que se llaman París, Saignon o Bevinco” le resultará una carga cada día más pesada:
    “Lamento crear tantos problemas, pero América Latina me los crea a mí, y las rayuelas se van quedando atrás”.4
    “Deberás decirle a tus estudiantes que, por desgracia, mis obligaciones políticas ponen a Chile y a la Argentina en un primer plano de trabajo, y que cada vez tengo menos tiempo para sacar la tiza del bolsillo y dibujar una rayuela en la acera...”.5
    “Vivo entre dos aviones o dos trenes: Cuba, Argelia, Bruselas, Toulouse... Reuniones, comisiones, mesas redondas destinadas a informar al público europeo de lo que pasa en nuestros países. Comprenderás que en esas condiciones no es fácil escribir (en todos los sentidos del término), y sin embargo procuro seguir adelante, sintiendo a ratos mi edad, que ya es mucha, y a ratos sintiéndome lo que realmente soy, un joven lleno de vida y de deseos de vivir. Ya ves que estoy lleno de ilusiones y de optimismo; en este comienzo de fin de siglo, ¿qué otra actitud valdría la pena de ser vivida?”.6
    “Siento que mi deber como escritor muy leído es hacer todo lo que esté en mis manos (y esto significa mis manos frente al teclado de una máquina, sobre todo) para ayudar a ese admirable pueblo. Volveré a Cuba en enero y de ahí pasaré a Nicaragua por segunda vez. Creo que te das cuenta, Jaime, de que la literatura(incluso en su contexto literatura-política tal como se da en las universidades norteamericanas más interesantes) pasa a un momentáneo segundo plano para mí. La Argentina [...], el Uruguay, y ahora los nicaragüenses...”.7
     “Carol y yo nos hemos refugiado en una casa que alquilamos a un amigo, cerca de Aix, rodeada de pinares y con todas las condiciones para leer y escribir con la mayor tranquilidad posible. (Digo ‘posible’, pues el correo sigue llegando, desde luego, y me da no poco que hacer: siempreAmérica Latina, ese querido burdel, me está devorando...)”.8
     “No creas que planeo trabajar intensamente en lo mío, porque no puedo ni quiero cambiar mis ritmos erráticos de escritura, pero sí quiero crearme un territorio en el que despertar con una idea de cuento o novela no se resuelva en la frustración de no poder llevarla al papel lo antes posible. Me ha ocurrido tantas veces en estos últimos seis o siete años, que ya me resulta imposible soportarlo”.9
     “Se me hace cada día más difícil leer literatura como lo hacía antes, dejándome llevar a fondo por cada libro, como si alguien me hablara por encima del hombro, a cada instante vuelve la sensación de amenaza, y a veces paso más tiempo escuchando las ondas cortas en busca de noticias que leyendo o escuchando discos. Tristes tiempos, cada día más”.10
     “Aparte de eso [el viaje y las colaboraciones en Nicaragua] consigo trabajosamente escribir uno que otro cuento, que se van acumulando hasta que un día sean otro libro. Lo de trabajoso no lo digo por los cuentos en sí, puesto que cuando me vienen, no son ningún trabajo; el problema es encontrar el momento de escribirlos, con esta vida que me ha tocado vivir desde hace años. No me quejo, ya sabés, pero hay momentos en que es duro no tener la soberana libertad que tenía hace quince años...”.11
     “Novela, ni hablar; imposible imaginar ya un mínimo de seis meses de calma para ese trabajo, de modo que he tirado la esponja y me conformo con los cuentos, que nacen en cualquier parte como hijos naturales y no legítimos”.12
     “Vivo una vida absurda, aunque necesariamente absurda, viajo a Poitiers en estos días (homenaje a Lezama Lima), y se acerca el momento de volver a Nicaragua. Esta noche tengo que hablar en un acto de solidaridad con los nicas. Una cosa sigue a la otra, yla literatura que se aguante...”.13
     Así pues, sólo anteponiendo sus responsabilidades y deberes políticos a la creación literaria se sentía justificado para seguir escribiendo sin cargo de conciencia... aunque ese sentimiento ya nunca lo abandonaría:
    “Pienso que, para muchos de nuestros lectores, ese trabajo de denuncia y de testimonio les habrá confirmado lo que esperan de un escritor,además de sus libros; en todo caso, sé que puedoseguir mis ficciones más literarias sin que aquéllos que me leen me acusen de escapista; desde luego, esto no acaba ni acabará con mi mala conciencia, porque lo que podemos hacer los escritores es nimio frente al panorama de horror y de opresión que presenta hoy el Cono Sur; y sin embargo debemos hacerlo y buscar infatigablemente nuevos medios de combate intelectual”.14
     Si bien es cierto que este conflicto ético repercutiría sobre su escritura y sus múltiples compromisos políticos le impedirían escribir otra novela, tampoco es menos cierto que Cortázar, desde hacía mucho tiempo, ya estaba acabado como escritor de novelas. Después de escribir Rayuela, en una carta a Jean Barnabé confesaría:
    “Sé que dentro de unos meses pensaré que todavía me quedan otros libros por escribir, pero hoy, en que todavía estoy bajo la atmósfera de Rayuela, tengo la impresión de haber ido hasta el límite de mí mismo, y de que sería incapaz de ir más allá”.15
    Sospecha que, a la postre, resultaría ser cierta. En su proyecto más ambicioso, ya aparecía la sombra a la que teme todo escritor más que a cualquier otro tipo de compromiso “extra literario”: la imposibilidad de escribir, el silencio necesario. Mientras batallaba con la escritura de 62/Modelo para armar escribe una carta a Porrúa en la que dice:
    “Cada vez comprendo más a los escritores que terminan callando; el día en que ya no hay mayores problemas de expresión, todo hombre honesto se plantea el problema de si no estará haciendo trampa, escribiendo profesionalmente. O sea que apenas has ganado la batalla después de 30 años de llenar el papel, la perdés con vos mismo”.16
     ¿Sacrificio de la escritura en favor de las causas revolucionarias o justificación, escape, salida ante la sospecha de que ya no se tiene nada más que decir? En una conferencia que Luisa Valenzuela dio a propósito de este autor, en un tono muy nostálgico, recordaba que en noviembre de 1983 ellos dos se encontraron en Nueva York y él, con gran timidez, le confesaba el proyecto de una novela que querría escribir una vez que se diera el tiempo de dejar de lado sus compromisos políticos, una novela perfecta, completa, que se le aparecía en un sueño recurrente; una novela en la que por fin había podido hacer converger su amor por la literatura y su compromiso político. Sin embargo, la novela póstuma, la que jamás llegaría a escribir, estaba compuesta únicamente por figuras geométricas: “El Libro del Sueño, redactado en el territorio de la pura geometría, le resultaba al soñador infinitamente más claro y comprensible que ninguno de los otros nacidos conscientemente de su pluma”.17 Al final de sus días, en la soledad de la escritura, frente a la hoja de papel en blanco, un viejo y agotado Morelli tiembla ante un asombroso descubrimiento: la conclusión de su proyecto son sólo algunas bien delineadas figuras geométricas que lo interpelan silenciosamente desde un territorio ajeno a la palabra escrita.

    (Artículo extraído de la revista electrónica Letralia, tierra de letras, http://www.letralia.com/270/articulo01.htm)


Notas 1. Carta a Jean L. Andreu, París, 21 de abril de 1975, en Cartas 3 (1969-1983), Argentina, Alfaguara, 2000, p. 1.569.
2. Carta a Jean Thiercelin, Nueva Delhi, 2 de febrero de 1968, en Cartas 2 (1964-1968), Argentina, Alfaguara, pp. 1.225-1.226.
3. Carta a Ángel Rama, París, 9 de mayo de 1973, en Cartas 3 (1969-1983), pp. 1.519-1.520.
4. Carta a Jean L. Andreu, París, 3 de abril de 1975, en ibid, p. 1.566.
5. Carta a Raquel Thiercelin, París, 4 de abril de 1975, en ibid., pp. 1.567.
6. Carta a Jaime Alazraki, París, 22 de febrero de 1978, en ibid., p. 1.634.
7. Carta a Jaime Alazraki, París, 18 de noviembre de 1979, en ibid., p. 1.669.
8. Carta a Eric Wolf, Aix-en-Provence, julio-agosto de 1981, en ibid., p. 1.729.
9. Carta a Jaime Alazraki, Aix-en-Provence 6 de julio de 1981, en ibid., p. 1.731.
10. Carta a Saúl Sosnowski, París 9 de noviembre de 1981, en ibid., p. 1.750.
11. Carta a Jean L. Andreu, París, 9 de marzo de 1982, en ibid., pp. 1.763-1.764.
12. Carta a Félix Grande, París, 1 de abril de 1982, en ibid., p. 1.769.
13. Carta a Guillermo Schavelzon, París, 12 de mayo de 1982, en ibid., p. 1.771.
14. “América Latina: exilio y literatura”, en Obra crítica/3, Argentina, Alfaguara, 1994, p. 180. 15. En Cartas 1 (1937-1963), Argentina, Alfaguara, 2000, p. 583. 16. Carta a Francisco Porrúa, París, 19 de enero de 1966 en Cartas 2 (1964/1968), p. 982. 17. Luisa Valenzuela, “Julio Cortázar más allá de la vigilia” en Varios autores, Julio Cortázar desde tres perspectivas, México, Universidad de Guadalajara, Unam, FCE, 2002, pp. 14-15.





miércoles, 4 de abril de 2012

Juana, La papisa que asombró al mundo.

Juana, La papisa, pertenece a esos extraños laberintos de la historia que colindan con la ficción. Si su  existencia es una realidad o una simple leyenda, es un tema que aún se sigue debatiendo en los círculos cristianos de hoy en día. Decidimos extraer de Wikipedia, de manera literal, algunos fragmentos de su historia, para compartirla con ustedes, respetando en lo posible el sentido fiel de las fuentes bibliográficas a las que se recurrió en la elaboración del artículo.
     El obejtivo de Foro Abierto, en esta ocasión, es aprovechar la extraña aparición de Juana en la sucesión papal, para retomar una pregunta simple, analítica, que formuló de manera reciente Fidel Castro a la visita de Benedicto XVI (Joseph Aloisius Ratzinger ) a tierras cubanas: ¿Qué hace un papa? Por favor, aprovecha este espacio para opinar.
    Que se tienda este puente para la discusión y la crítica es vital para nosotros. Buen día.


Representación de la Papisa Juana como Juan VII

La leyenda de la papisa Juana cuenta la historia de una mujer que ejerció el papado católico ocultando su verdadero género. El pontificado de la papisa se suele situar entre 855 y 857, es decir, el que, según la lista oficial de papas, correspondió a Benedicto III, en el momento de la usurpación de Anastasio el Bibliotecario. Otras versiones afirman que el propio Benedicto III fue la mujer disfrazada y otras dicen que el período fue entre 872 y 882, es decir, el del papa Juan VIII.

     Origen de la Leyenda

     En síntesis, los relatos sobre la papisa sostienen que Juana, nacida en 822 en Ingelheim am Rhein, cerca de Maguncia, era hija de un monje. Según algunos cronistas tardíos, su padre, Gerbert, formaba parte de los predicadores llegados del país de los anglos para difundir el Evangelio entre los sajones. La pequeña Juana creció inmersa en ese ambiente de religiosidad y erudición, y tuvo la oportunidad de poder estudiar, lo cual estaba vedado a las mujeres de la época. Puesto que sólo la carrera eclesiástica permitía continuar unos estudios sólidos, Juana entró en la religión como copista bajo el nombre masculino de Johannes Anglicus (Juan el Inglés). Según Martín el Polaco, la suplantación de sexo se debió al deseo de la muchacha de seguir a un amante estudiante.
     En su nueva situación, Juana pudo viajar con frecuencia de monasterio en monasterio y relacionarse con grandes personajes de la época. En primer lugar, visitó Constantinopla, en donde conoció a la anciana emperatriz Teodora. Pasó también por Atenas, para obtener algunas precisiones sobre la medicina del rabino Isaac Israeli. De regreso en Germania, se trasladó al Regnum Francorum (Reino de los francos), la corte del rey Carlos el Calvo.
     Juana se trasladó a Roma en 848, y allí obtuvo un puesto docente. Siempre disimulando hábilmente su identidad, fue bien recibida en los medios eclesiásticos, en particular en la Curia. A causa de su reputación de erudita, fue presentada al papa León IV y enseguida se convirtió en su secretaria para los asuntos internacionales. En julio de 855, tras la muerte del papa, Juana se hizo elegir su sucesora con el nombre de Benedicto III o Juan VIII. Dos años después, la papisa, que disimulaba un embarazo fruto de su unión carnal con el embajador Lamberto de Sajonia, comenzó a sufrir las contracciones del parto en medio de una procesión y parió en público. Según Jean de Mailly, Juana fue lapidada por el gentío enfurecido. Según Martín el Polaco, murió a consecuencia del parto.
Siempre según la leyenda, la suplantación de Juana obligó a la Iglesia a proceder a una verificación ritual de la virilidad de los papas electos. Un eclesiástico estaba encargado de examinar manualmente los atributos sexuales del nuevo pontífice a través de una silla perforada. Acabada la inspección, si todo era correcto, debía exclamar: Duos habet et bene pendentes (Tiene dos, y cuelgan bien). Además, las procesiones, para alejar los recuerdos dolorosos, evitaron en lo sucesivo pasar por la iglesia de San Clemente, lugar del parto, en el trayecto del Vaticano a Letrán.
    Utilizada por los detractores, esas versiones se sostuvieron por muchos años hasta que en 1562 el agustino Onofrio Panvinio redactó la primera refutación seria de aquella leyenda, mientras que los protestantes luteranos se unieron a sus argumentos en el siglo XVII.

La Papisa Juana en el Tarot

La versión de Martín de Opava es la siguiente:

Juan el Inglés nació en Maguncia, fue papa durante dos años, siete meses y cuatro días y murió en Roma, después de lo cual el papado estuvo vacante durante un mes. Se ha afirmado que este Juan era una mujer, que en su juventud, disfrazada de hombre, fue conducida por un amante a Atenas. Allí se hizo erudita en diversas ramas del conocimiento, hasta que nadie pudo superarla, y después, en Roma, profundizó en las siete artes liberales (trivium y quadrivium) y ejerció el magisterio con gran prestigio. La alta opinión que tenían de ella los romanos hizo que la eligieran papa. Ocupando este cargo, se quedó embarazada de su cómplice. A causa de su desconocimiento del tiempo que faltaba para el parto, parió a su hijo mientras participaba en una procesión desde la basílica de San Pedro a Letrán, en una calleja estrecha entre el Coliseo y la iglesia de San Clemente. Después de su muerte, se dijo que había sido enterrada en ese lugar. El Santo Padre siempre evita esa calle, y se cree que ello es debido al aborrecimiento que le causa este hecho. No está incluido este papa en la lista de los sagrados pontífices, por su sexo femenino y por lo irreverente del asunto.
Martín de Opava, Chronicon Pontificum et Imperatum.
  • Jean de Mailly, por su parte, dice:
Se trata de cierto papa o mejor dicho papisa que no figura en la lista de papas u obispos de Roma, porque era una mujer que se disfrazó como un hombre y se convirtió, por su carácter y sus talentos, en secretario de la curia, después en cardenal y finalmente en papa. Un día, mientras montaba a caballo, dio a luz a un niño. Inmediatamente, por la justicia de Roma, fue encadenada por el pie a la cola de un caballo, arrastrada y lapidada por el pueblo durante media legua. En donde murió fue enterrada, y en el lugar se escribió: Petre, Pater Patrum, Papisse Prodito Partum (Pedro, padre de padres, propició el parto de la papisa). También se estableció un ayuno de cuatro días llamado ayuno de la papisa.
Jean de Mailly, Chronica Universalis Mettensis.
        La opinión más extendida es que se trata de una leyenda que, sin embargo, fue dada por cierta por la propia Iglesia hasta el siglo XVI. Las sillas perforadas exhibidas en su apoyo no son al parecer otra cosa que las sillas curiales, que simbolizaban el carácter colegial de la Curia romana. Ninguna crónica contemporánea a los hechos narrados acredita la historia, y la lista de papas no deja ningún resquicio en que se pueda insertar el pontificado de Juana. En efecto, entre la muerte de León IV, el 17 de julio de 855 y la elección de Benedicto III, entre los cuales sitúa Martín el Polaco a la papisa, transcurrió muy poco tiempo, incluso teniendo en cuenta que el segundo no fue coronado hasta el 29 de septiembre del mismo año a causa del antipapado de Anastasio. Estos datos son confirmados por pruebas sólidas, como monedas y documentos oficiales de la época. La crónica de Jean de Mailly sugiere, por su parte, un emplazamiento del papado de Juana un poco anterior a 1100. Sin embargo, sólo transcurren unos meses entre la muerte de Víctor III (16 de septiembre de 1087) y la elección de Urbano II (12 de marzo de 1088), y sólo algunos días entre la muerte de este último (29 de julio de 1099) y la elección de Pascual II (13 de agosto de 1099).
Las explicaciones de la leyenda son diversas. El mito fue tal vez ideado a partir del sobrenombre de papisa Juana que recibió en vida el papa Juan VIII por lo que sus opositores consideraron debilidad frente a la Iglesia de Constantinopla, o quizá por el mismo sobrenombre aplicado a Marozia, autoritaria madre de Juan XI quien dominaba la iglesia como si fuera un Papa e influía en políticas. Por otra parte, el mito también remite a las inversiones rituales de valores propias de los carnavales.
      Otro punto de partida de la leyenda puede ser la prohibición del Levítico (21, 20) de que esté al servicio del Altar un hombre con los testículos aplastados, es decir, un eunuco. La idea que la prohibición conlleva de verificar que sólo hombres enteros accedan al trono papal, estuvo probablemente en el origen de la inspección ceremonial y del testiculum habet et bene pendebant, un tema sugestivo para una disputatio de quodlibet estudiantil en la escolástica de la Edad Media.
     La leyenda se ha desarrollado a lo largo de la Edad Media. La primera mención conocida se encuentra en la crónica de Jean de Mailly, dominico del convento de Metz, redactada hacia 1255. La leyenda se propagó muy rápidamente y sobre una gran extensión geográfica, lo que puede hacer suponer que existía con anterioridad y que el dominico se limitó a consignarla por escrito. Hacia 1260, la anécdota reaparece en el Tratado de las diversas materias de la predicación, de Esteban de Borbón, también dominico y de la misma provincia eclesiástica que Mailly. Pero es sobre todo el relato hecho por Martín el Polaco en su Crónica de los pontífices romanos y de los emperadores, hacia 1280, el que le asegura el éxito.
La acogida que hacen los medios eclesiásticos de la anécdota, que en un principio fue aceptada como cierta, se ha explicado después por el interés del caso jurídico y por una voluntad de imponer una interpretación oficial del supuesto acontecimiento.
     En efecto, la leyenda es rápidamente revivida con fines polémicos. El franciscano Guillermo de Ockham denuncia una intervención diabólica en la persona de Juan, que prefigura la de Juan XXII, adversario de los espirituales (disidentes franciscanos).
     Durante el Gran Cisma de Occidente, la historia de Juana prueba, para las dos facciones, la necesidad legal de una posibilidad de destitución papal. También fue recogida por el polemista Jan Hus y después por los luteranos, que veían en Juana la encarnación de la prostituta de Babilonia descrita en el Apocalipsis:
También me dijo: «Las aguas que has visto, donde se sienta la ramera, son pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas. / Y los diez cuernos que viste, y la bestia, aborrecerán a la ramera, la dejarán desolada y desnuda, devorarán sus carnes y la quemarán con fuego. / Dios ha puesto en sus corazones el ejecutar lo que él quiso: ponerse de acuerdo y dar su reino a la bestia hasta que se hayan cumplido las palabras de Dios. / Y la mujer que has visto es la gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra».
Apocalipsis de San Juan.
     Todos estos ataques llevaron al erudito Onofrio Panvinio, monje agustino, a redactar en 1562 la primera refutación seria de la leyenda, en su Vitæ Pontificum (Vida de los papas). En el siglo XVII, los luteranos se unieron a sus argumentos.
     En 1886, el griego Emmanuel Royidis publicó La papisa Juana, que vino a relanzar el mito. Antes, Petrarca se había visto atraído por la leyenda. En el siglo XX se interesaron por ella otros escritores, como Lawrence Durrell, Renée Dunan o Alfred Jarry.
     En 1972 se estrenó la película "La Papisa Juana", con Liv Ullmann, como protagonista, representando a Juana. En octubre de 2009, se estrenó la película La Papisa (película), basada en la novela La Papisa (novela).[2]

Bibliografía:

Arturo Ortega Blake (México - 2005). La papisa Juana (Ioannes Angelicus, La mujer que se convirtió en Papa) (. ISBN 978-970-810-156-1. 

Emmanuel Royidis (Barcelona - 2000). La papisa Juana (traducida por Estela Canto de la versión inglesa de Lawrence Durrell). ISBN 84-350-9979-2. 
Donna W.Cross (Barcelona - 1996). La papisa (Pope Juan. A Time Under Heaven; traducción de la versión inglesa: César Aira). 
En francés:

Alain Boureau (1993). La papesse Jeanne. 

Yves-Marie Hilaire (s.dir.) (Paris - 2003). Histoire de la papauté. 2000 ans de mission et de tribulations. 

Alfred Jarry, Jean Saltas (1981). La Papesse Jeanne, roman médiéval (traducción al francés de la obra de Emmanuel Royidis, seguida de Le Moutardier du Pape, Opérette Bouffe, 1907 y 1908, con un prefacio de de Marc Voline que describe la posteridad literaria de la leyenda). ISBN 2-7304-0076-1.